
Este 13 de mayo de 2025, Uruguay y América Latina despiden a uno de sus líderes más emblemáticos: José “Pepe” Mujica, expresidente uruguayo, falleció a los 89 años tras una prolongada batalla contra el cáncer.
Su muerte marca el fin de una era política marcada por la austeridad, la coherencia ideológica y un profundo compromiso social.
Mujica fue mucho más que un jefe de Estado.
Su historia personal lo convirtió en símbolo de lucha y resiliencia: exguerrillero tupamaro, pasó casi 15 años en prisión durante la dictadura militar (1973–1985), en condiciones infrahumanas.

Años más tarde, lejos de buscar venganza, abrazó la democracia con una visión progresista y profundamente humana.
En 2010 asumió la presidencia de Uruguay, y durante su mandato (2010–2015), lideró transformaciones sociales históricas, como la legalización del matrimonio igualitario, el aborto y la regulación del cannabis, convirtiendo al país en referente regional de políticas progresistas.

Pero Mujica trascendió por su estilo de vida: rechazó los lujos del poder, vivió en su modesta chacra en las afueras de Montevideo y donó la mayor parte de su salario presidencial.
Conocido como “el presidente más pobre del mundo”, su sencillez lo convirtió en una figura admirada globalmente, desde líderes mundiales hasta jóvenes desencantados con la política tradicional.
Tras dejar la presidencia, se mantuvo activo como senador hasta 2020, cuando se retiró por razones de salud, aunque nunca dejó de participar del debate público ni de defender causas como el ambientalismo, la equidad y los derechos humanos.

En sus últimos años, Mujica fue reconocido como un sabio contemporáneo. Sus discursos, cargados de filosofía, ética y crítica al consumismo, circularon por redes sociales e inspiraron a generaciones dentro y fuera de Uruguay.
“Pepe” Mujica muere, pero su legado perdura como una lección de integridad, compromiso y humildad. América Latina pierde a uno de sus líderes más auténticos, y el mundo a un referente moral
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